La belleza de la lengua espaƱola
- directorbjm
- 16 ago
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Por Jerónimo Alayón
El Nacional agosto 15, 2025 1:12 am
Con demasiada frecuencia, pasamos por alto aquellas cosas cuya belleza y presencia, por cotidianas, nos resultan habituales y comunes. La lengua materna es una de ellas, en nuestro caso, el espaƱol. Cuando hablamos de belleza de la lengua espaƱola, nos vienen a la mente, probablemente, algĆŗn verso cĆ©lebre como aquel de Alejandra Pizarnik: Ā«Partió de mĆ un barco llevĆ”ndomeĀ», o el inicio de alguna novela como ese, el mĆ”s entraƱable de todos: Ā«En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarmeĀ». Sin embargo, la belleza del espaƱol estĆ” mĆ”s allĆ”, o mĆ”s acĆ”, de sus usos literarios y abarca desde su riqueza y diversidad lingüĆstico-cultural hasta los dominios metafóricos del habla popular.
Sin duda alguna, uno de los rasgos mĆ”s significativos del espaƱol es su plasticidad expresiva. EnĀ Pasando y pasando, Huidobro habla del arte como una Ā«estĆ©tica del sugerimientoĀ», que no es otra cosa que la creación de un concepto u obra de arte abiertos y, por tanto, susceptibles de mĆŗltiples interpretaciones. Este, me atreverĆa a decir, es el rasgo descollante mĆ”s hermoso de la lengua espaƱola, toda vez que hace posible que el enunciado se cargue de mĆŗltiples sentidos. La nuestra es una lengua de semiosis oblicuas⦠una lengua que cada dos por tres convoca el escĆ”ndalo de la belleza poĆ©tica.
Nuestra lengua materna no es esencialmente mimĆ©tica. Por lo general, cualquier sistema de signos debe serlo. Sin embargo, nuestro idioma vive en permanente sedición contra el valor denotativo del enunciado. Si llevamos a cabo un riguroso registro del uso metafórico que del idioma hace, por ejemplo, un mecĆ”nico automotriz, notaremos enseguida que en su jerga abundan los tropos. AsĆ, por ejemplo, en algunos paĆses hispanohablantes se llamaĀ brazo locoĀ a determinada pieza clave de la dirección de los autos, y uno se pregunta, la primera vez que oye el tĆ©rmino, si algo controlado por semejante pieza no puede terminar malā¦
De niƱo, recuerdo que una vez falló la electricidad en casa y llegó don Benito, un gallego que oficiaba bien de electricista. DespuĆ©s de un rato mirando sesudamente aquel cajetĆn y su maraƱa de cables, dijo: Ā«El problema estĆ” en una de las dos patas de la cuchillaĀ». A mis diez aƱos, la electricidad se resumĆa para mĆ en la imagen rocambolesca de una navaja con piernas. Lo curioso de todo es que elĀ Diccionario de la lengua espaƱola, publicado por la Real Academia EspaƱola, al menos en su actual versiónĀ online, no contempla ninguna acepción para el peculiar artilugio elĆ©ctrico, pese a que en algunos paĆses latinoamericanos llamamosĀ cuchillaĀ oĀ canillaĀ al tan comĆŗn interruptor de las lĆneas de alta tensión. Por supuesto, no dirĆ© una sola palabra de los enchufes machos y hembras ni de lo que entre ellos aconteceā¦
Sin embargo, pocas experiencias pueden ser tan surrealistas en lengua espaƱola como ir de farra con los amigos. En Madrid, uno puede tener laĀ mala pataĀ de verse involucrado en un zafarrancho con unĀ gatoĀ y pasar la noche en la comisarĆa. En Buenos Aires, nos podemos encontrarĀ apiƱadosĀ en un local nocturno, exiguo de espacio, en el que no faltarĆ” elĀ boludoĀ que seĀ cague de la risaĀ despuĆ©s de unasĀ birras. Si el jolgorio es en BogotĆ”, toca al dĆa siguienteĀ echar un cableĀ al compaƱero conĀ guayaboĀ por tenerĀ mala bebida. La rochela en Caracas comienza con los mayoresĀ echando un pie, mientras los jóvenes seĀ echan unos palos, y nunca falta elĀ mamador de gallo. Y en Santiago, cuando concluye la fiesta, a losĀ curadosĀ se los reconoce por su caminar ladeado. En definitiva, el registro coloquial del habla espaƱola estĆ” poblado de eso que el Dr. Gideon Burton ha llamadoĀ silva rhetoricae, el bosque retórico.
Un factor notable que contribuye a la plasticidad expresiva de la lengua espaƱola es su riqueza lĆ©xica. Es difĆcil estimar el caudal de palabras que tiene nuestro idioma, pero las apreciaciones van de poco mĆ”s de noventa mil a trescientas mil. Con semejante repertorio lexical no solo es posible lograr altĆsimos niveles de precisión semĆ”ntica, sino que se favorecen relaciones de campos significativos mĆ”s ricas y plurales como el de la asimilación de semas en la sinonimia o la contrastación en la antonimia.
La diversidad sĆ©mica es tambiĆ©n un rasgo de belleza lingüĆstica. En su obraĀ Buenas y malas palabras, Ćngel Rosenblat cuenta la sabrosa anĆ©cdota de un venezolano que, llegado al local de un barbero en Vigo, pidió que le afeitaran la barba. Siendo interpelado sobre si lo querĆaĀ apurado, el cliente respondió que sĆ,Ā muy apurado. AsĆ se pasó el tiempo hasta que finalmente entendió el viajero que, en EspaƱa y AmĆ©rica,Ā apuradoĀ tiene valores sĆ©micos casi opuestos, pues en la tierra de Cervantes significa āesmeradoā, mientras que, en tierras americanas, salvo alguna excepción, significa āapresuradoā.
Hablando de polisemia, quizĆ”s ninguna otra lengua neolatina o anglosajona āpor hablar solo de las lenguas geogrĆ”ficamente mĆ”s cercanasā pueda igualar el copioso patrimonio sĆ©mico de la palabraĀ pasar. Con sus sesenta y cuatro acepciones, es la reina delĀ Diccionario de la lengua espaƱola. Le sigue a cierta distancia el lemaĀ mano, con sus treinta y seis acepciones y la nada despreciable suma de 371 formas complejas, todo un reto nemotĆ©cnico para nativos y forĆ”neos del idioma.
Por los aledaƱos de la lexicografĆa se halla la intrigante parcela de las palabras raras y hermosas del espaƱol. Mis favoritas sonĀ serendipia, āhallazgo valioso que se produce de manera accidental o casualā, seguida deĀ arrebol, ācolor rojo de las nubes iluminadas por los rayosdelsolā.OtrascomoĀ melifluo,Ā inefable,Ā efĆmero,Ā hierofanĆa,Ā inverecundo,Ā obsecuencia,Ā quimĆ©rico,Ā evanescencia,Ā quesiquĆ©s,Ā tintineo,Ā rifirrafeĀ eĀ iridiscenciaĀ estĆ”n en franca rivalidad por su belleza de sonido o significado.
La competencia por las palabras mĆ”s largas seguramente la llevan ganada el alemĆ”n y el hĆŗngaro, pero en espaƱol no nos quedamos atrĆ”s:Ā electroencefalografistaĀ es la palabra mĆ”s larga de nuestro idioma con veintitrĆ©s letras y diez sĆlabas, seguida porĀ esternocleidomastoideoĀ y anticonstitucionalidad, que tienen veintidós letras y nueve sĆlabas. Y no faltan las palabras que se niegan a dejarse traducir a algĆŗn idioma como el inglĆ©s:Ā anteayerĀ solo es posible comoĀ the day before yesterday, y por el estilo ocurre conĀ madrugarĀ yĀ trasnocharse.
No es, sin embargo, la sola belleza de sus palabras donde radica el valor estĆ©tico de nuestra lengua materna, sino en un rasgo sintĆ”ctico heredado del latĆn y cultivado con gran relieve en el Renacimiento y Barroco espaƱoles: elĀ hipĆ©rbaton, una alteración del orden lógico de la oración. Baste recordar como ejemplo aquel cĆ©lebre primer cuarteto del soneto quevedescoĀ Mil veces callo que romper deseo: Ā«Mil veces callo que romper deseo / el cielo a gritos, y otras tantas tiento / dar a mi lengua voz y movimiento, / que en silencio mortal yacer la veoĀ».
Y ahora que rozamos una de las cimas poĆ©ticas del Siglo de Oro espaƱol, no podrĆamos despedirnos sin dejar aquĆ el que quizĆ”s sea el mĆ”s recordado de los sonetos quevedescos, y el que, solo Ć©l al principio de este artĆculo, se habrĆa bastado por sĆ mismo para explicar en tan solo noventa y una palabras la belleza de la lengua espaƱola, tarea que a mĆ me ha llevado tres cuartillasā¦
Amor constante mƔs allƔ de la muerte...
Cerrar podrĆ” mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco dĆa,
y podrĆ” desatar esta alma mĆa
hora a su afƔn ansioso lisonjera;
mas no de otra parte en la ribera
dejarĆ” la memoria en donde ardĆa:
nadar sabe mi llama la agua frĆa,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
mƩdulas, que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejarƔn, no su cuidado;
serƔn cenizas, mas tendrƔn sentido;
polvo serƔn, mƔs polvo enamorado.
@JeronimoAlayon